lunes, 12 de marzo de 2007

Una tarde en el Callao (Puerto peruano)

(11/03/2007) Fue una tarde de recorrido largo hacia el puerto, en el que el inclemente clima se volvió clemente y nos cobijaba la brisa marina sin rastro alguno de brillo solar, el frio brumoso y penetrante hacía presa de nuestros cuerpos mientras nos adentrábamos en un una ruta marina poco conocida pero entretenida, en un pequeño -para algunos mediano- note a motor dentro de borda, con cinco soles por persona acompañados de parejas inexpresivas y un trío de amigos. Ya en altamar observamos a lo lejos el famoso Humbolt, un buque, imponente y otras muchas embarcaciones de nombres curiosísimos y aspectos variados, algunas parecían tinas y otras pequeñas limosinas, frente al Club Regatas of course. Luego de un par de fotos y de intentos (solo intentos) por darnos calor, la embarcación daba tumbos ante el incremento de la marea, las aves pasaban cada vez más cerca y parecióme recordar las hazañas de Santiago descritas por Hemingway en "El viejo y el mar" (1952). Pero nuestro objetivo no era pescar, sino deleitarnos con nuestra travesía por los márgenes de la costa nacional, tan cercana y tan lejana, tan curtida de resolanas, conquistada por algas y otras especies construyendo un escenario que nos remitía al pasado glorioso del Puerto, ansiada presea indómita. Así, proseguimos ya con ansias de tocar tierra firme, víctimas del temor a ser atacados por escorbutos legendarios, o que en cualquier momento nos aborde un barco pirata. La marea arreciaba cada vez más y el movimiento era una excusa para ignorar el miedo y tentar a la suerte desviando la mirada de la proa y aguantando los discontinuos salpicones en esta balsa peruana. Llegando a tierra firme y tiritando de frío caminamos unas cuadras hasta un pequeño pero atractivo lugar, de toldos verdes que invitaban a guarecerse del frío y a consumir algún brebaje tradicional que nos regule la temperatura y nos permita reflexionar sobre nuestra aventura. Ya dentro del restaurant: "Marcos" (nombre demasiado inconsistente para tan definido lugarcitoen plena calle Constitución, en el Callao Antiguo) se nos ocurrió pedir dos supremos caldos de choros que llegaron hirviendo a nuestras mesas, calmando a el cuerpo maltrecho por el frío marino. Terminado aquello, sibaritamente acariciamos la idea de embutirnos con el sabroso manjar tradicional del Callao, y de esa calle en particular. Sí, un soberano y dominguero pejerrey arrebosado que ya podíamos saborear desde nombrarlo. Así, disfrutamos de este encuentro marino, inspirados tal vez por el paisaje porteño y rodeados del aliento y bruma de una tarde épica, en la que se rememoran hazañas tardías. No nos fue suficiente esta inyección de tradición, y recorrimos una peligrosa calle - atajo hacia la avenida principal chalaca, la Av. Saenz peña- en donde antes se encontraba el viejo club de ajedrez, donde sendas jugadas maestras hacían felices las tardes de tercos señores, jubilados ya. Antes visitamos la antigua iglesia del Callao, que ha dado fe a tanta pareja y fiesta alegre desde el siglo XIX. Imbuídos del espíritu cosmopolita, acabamos nuestro recorrido refugiándonos en el café Parisi, en donde una tostada bebida y algunos dulces terminaron la culinaria velada, encontrándonos frente a frente con años de tradición encarnada en un viejo marino y sus costumbres, de cuando el mundo era de veras globalizado y algún peruano azaroso se enrolaba en navíos extranjeros, donde pasaban la vida y pescaban desde al amanecer, pescando de paso viejas y lejanas costumbres europeas. Luego partimos a otro distrito, a continuar la aventura.............

1 comentario:

Alma dijo...

Creo q me salpicó unas gotas del frio mar. Y dime quien es tu complice aventurero?