sábado, 30 de junio de 2007

Comentario a Aires de familia de Carlos Monsivais

Por: Luis Marín

El período que va de 1880 a 1920 es característico de un fenómeno cultural que acompañó el arribo de la modernización en América Latina ; el modernismo cultural. Quizás diversos poetas y ensayistas sean los personajes que mejor encarnan el deseo de tantos individuos en nuestras sociedades por alcanzar la plena occidentalización. Este proceso no fue nada fácil, ya que estos grupos de bohemios por ser minoría no eran tomados con la debida seriedad que requerían sus propuestas de cambio, progreso, respeto a la diferencia y reinvindicaciones de valores humanistas; tarde o temprano sus mensajes (profecías) encontraron asidero, pese a marcados rechazos, intolerancia y porque no, una errada lectura de sus pronunciamientos (lecturas que no captaban la esencia o clave de sus advertencias), la literatura cedió espacio a las composiciones en rima, de fácil memorización, haciéndose accesible hasta para el público mas sencillo, soslayando los estratos sociales.
El proceso de secularización permite poner en relieve un nuevo tipo de sensibilidad que sólo podría desplegarse en el tránsito de la aventura por conocer y aprender emitiendo juicios acerca de la cotidianidad desde el mismo escenario de los hechos y no a partir del seguimiento irrestricto de cánones religiosos. Claro, toda esta liberalización continuó por mucho tiempo tolerada tan sólo de facto mas no en la misma literatura. La retórica aislaba de manera estética e inteligente las configuraciones de lo prohibido..
Por su propia tranquilidad estos visionarios outsiders preferían sus catálogos externos de excéntricos, pero inofensivos después de todo.
Mientras la manera perfecta de control social siempre fue el castigo a los pecadores y el rechazo a las abominaciones, estos literatos criticaban duramente en sus composiciones a aquellos perseguidores.
El auge del humanismo laico a principios del siglo XX revela ya las aspiraciones que se tejían desde la discusión y la critica de textos principales de filósofos y humanistas clásicos quienes entendían la posibilidad de una humanidad perfectible al margen de la religión.
Las capitales de ciudad con su exacerbado localismo no permitían de lleno el paso de la ola vanguardista que se desplazaba con una velocidad inusitada. Precisamente en ello radicaba su atractivo, en la velocidad con que se disponían a combatir todo moralismo. A partir de 1920, los vanguardistas ya cobran fuerza, pero la condición de asumirse como el otro, percibirse como tal todavía toma un poco más de tiempo. Al respecto, si bien la revolución mexicana impulsó un espacio para la relatividad de los valores, lo cierto es que el proceso se ve obstaculizado por el excesivo machismo de los revolucionarios. Las mujeres también se convierten en alguna medida -pero sin mucho éxito- en profetas de la alteridad al encabezar los diversos movimientos feministas.
Otro aspecto fundamental de este modernismo en Latinoamérica viene constituido por el innegable papel que la televisión y la radio desplegaron en los procesos de conformación de la identidad nacional, así como diversos públicos en sus respectivas peculiaridades en esta sociedad de consumo.
Nuestra realidad tercermundista en un primer momento se vio obligada a plasmar en tv copias o imitaciones de los estilos de fuera (penetración cultural del imperialismo). La TV crea una dimensión temporal compartida, donde la sociedad de consumo se encuentra con la sociedad tradicional.
Por su parte la radio que afina la nueva sensibilidad, se convierte en el centro de la vida hogareña hacia los años 1930 – 1950 creando una nueva categoría social : el ama de casa.
Por su parte, la sociedad de masas, se convierte en juez y testigo del establecimiento de censuras, no puede negarse el poder que ejercen los líderes de opinión pero finalmente ese amplio publico es el que tiene la palabra.
Así se van configurando las identidades colectivas y también se desnuda como es que la televisión -con ciertas restricciones para aceptar lo diverso- participa de cierto modo en el desprecio hacia lo plural.
A raíz de este texto y a manera de comentario, podemos señalar que en cada etapa del desarrollo de las sociedades deben haberse vivido procesos de transición que marcasen la apertura hacia nuevas estructuras de pensamiento. Es decir, las representaciones simbólicas constantemente han sido y serán modificadas, claro que ya con el arribo de la modernización, los instrumentos de propagación de todo conocimiento serán mucho más eficaces en la tarea de preparar un nuevo escenario donde se redefinen esas subjetividades.
Sin la imprenta, ningún texto por mas sencillo que este sea, podría haber sido acogido y comprendido por diversos conglomerados poblacionales. Es así como las colectividades fueron comprendiendo en el proceso de secularización las claves para interpretar lo nuevo y diverso circundante y sus propios mundos interiores.
El problema en esta carrera de aprender y experimentar todo y de todo para poder emitir juicios coherentes y apostar por una sobrevivencia adecuada, es que la definición de todo parámetro moral también se hallaba en cuestión. Esa carrera por el conocimiento profundo sin necesidad de acudir a las causas ni consecuencias continúa y viene atentando con la esencia misma del ser humano. A ello quizás se refería el autor cuando mencionaba que muchas claves vertidas por estos visionarios no eran adecuadamente interpretadas.
Por otro lado, movimientos sociales significativos como el feminista, permitieron el reconocimiento de discursos de poder imponiéndose abiertamente en las conciencias de millones de mujeres como únicos y legítimos; hablamos de la dominación masculina (violencia simbólica, Bourdieu) y por supuesto de nuestra complicidad en ello. Sin el reconocimiento de que en las relaciones de pareja también se filtran diversos elementos de la racionalidad instrumental que se consolida en la modernidad y ordena el mundo social, ningún proceso y lucha por la democratización cultural e igualdad de derechos entre hombres y mujeres habrían llegado a convertirse en una necesidad tan ineludible.

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